Clamoreos de un optimismo invisible

Messi, la esperanza para estar en Rusia 2018. PABLO DIZEO PHOTO

Lo tengo claro, querido lector: si usted está leyendo estás líneas, no lo hace por placer, ni por diversión, ni entusiasmo. Me atrevo a decir que llegó hasta aquí motivado por el impulso irrefrenable de querer aniquilar el tiempo que nos separa de las 20.30 del martes, como si toda actividad, todo suceso, toda agenda programada hasta ese entonces se tratase de una mosca molesta que nos sobrevuela la cara. No le robaré, de cualquier forma, muchos minutos. Probablemente yo también este escribiendo esto para no pensar.

Sí tenemos que decir que, como bien narraba Federico Urriza en su resumen del encuentro del jueves próximo pasado, (“La ilusión sigue viva”) la clasificación del equipo de Jorge Sampaoli (cc/ Edgardo Bauza – Gerardo Martino) pende de un hilo que por esos avatares del destino, se endureció sobre el final de Barranquilla. Hagamos un guiño hacia el cine: ¿Será, la suerte albiceleste, la protagonista de uno de los típicos guiones de Steven Spielberg? ¿Se abrirá, a metros de caer al abismo de la altura ecuatoriana, el paracaídas que nos deposite finalmente en Rusia 2018? ¿Qué elementos nos conducen a imaginar un final feliz?

Que la luna que acunó una repleta Bombonera el jueves no fue testigo de la mejor demostración de fútbol del Seleccionado quedó más que claro. En cualquier caso, lo cortés no disimula lo evidente: el punto que voló de nuevo hacia Lima lo hizo envuelto en la elegancia que distingue a los mejores premios, que no siempre se van de la mano de quienes lo merecen. No era la cancha, entonces: el clima de fiesta que se vivió en el estadio Alberto J. Armando, con un público más cercano, con la parafernalia en su versión más pornográfica, se fue apagando al son de una linterna que se va quedando sin baterías. La idea de Chiqui Tapia (cc/ Armando Pérez – Luis Segura) de atribuir responsabilidades al contexto y no al texto propiamente dicho, se fue por el inodoro de las causas turbias: los únicos que sintieron la diferencia fueron aquellos integrantes de la barrabrava xeneize que por fin lograrán salir de la miseria para poder llegar, con el humilde pozo de la reventa de entradas, con lo justo a fin de mes.

Caído el telón, Jorge Sampaoli habló de un vestuario optimista ante sus posibilidades en Quito. Por distracción, o porque contradecía su mensaje, dejó de lado el drama: no hubo en la tierra reducto más triste que la Bombonera al momento de la lesión de Fernando Gago. El entrenador casildense repitió entonces una de las fórmulas que le valieron las mayores críticas a su antecesor: la esperanza insólita, la nula autocrítica, una confianza ficticia y desmedida; símbolos de una energía positiva que de tan invisible, no se vio en la Ribera. Un reducto xeneize que supo (ya sea público, periodistas, auxiliares y protagonistas), en todo momento y a todo tiempo, que a esta Selección solo le queda una única vida, que está depositada en la pierna izquierda de un petiso que se llama Lionel.

Por Leo Timossi Periodista – Docente UNLP
Imagen Pablo Dizeo Photo (pablodizeo.com)
Especial para El Fulbaso