Con la misma grandeza que jugaba, el uruguayo que hizo uno de los goles más importantes de la historia de River abrió las puertas de su casa para charlar sobre fútbol y su vida.

Por Diego Sánchez

En su cumpleaños número 68, hoy 7 de junio, sentimos la obligación de reeditar aquel encuentro -como diría mi abuelo –“con un wing de los de antes”. Más que un reportaje se pareció más a una charla entre dos tipos que se conocían desde hacía tiempo. Fue en la apacible Cardona, ciudad que caminé hasta toparme con el verde césped de una canchita de fútbol 5 de impecable estado. Y ahí, como cuando era pequeño y buscaba a mis amigos del barrio, golpeé las manos para que desde del fondo de la casa contigua pegaran el grito en señal de respuesta: “Entrá, entrá nomás”. Era Antonio Alzamendi, un estandarte viviente del fútbol rioplatense que de inmediato me convida a la intimidad de su hogar, en las entrañas del interior charrúa, donde sigue esperando una oportunidad para hacer lo que más le gusta: estar ligado a la pelota. Claro que ahora con sueños de entrenador, aunque con las mismas ganas que cuando dejaba el tendal por la banda derecha.

“Fui siempre de los pueblos”, dice Antonio mientras prepara el mate. “Conocí a mi señora hace 15 años. Tengo dos matrimonios anteriores, cuatro hijos hermosos, nietos, hijos y nieto del corazón. Estoy a 100 kilómetros de mi ciudad (Durazno), cerquita de Colonia y Buenos Aires”, apunta. El lugar en cuestión es Cardona, de unos 4500 habitantes, ubicado en el departamento de Soriano y distante a unos 130 kilómetros de Montevideo. “Tengo una cancha del fútbol 5, un salón –sencillo- y trabajo acá. Empecé a hacerme querer y se juntan barras a jugar. Lamentablemente a no tener techo la cancha se te hace más difícil en invierno. Hay otras canchas que te sacan gente. Pero en verano recuperó a los bandidos que dan vueltas. Caí bien y se reúnen a armar asados, vienen, ven mis cuadros, les cuento mi historia, miento bastante (risas), me mienten a mí”, relata el nacido en 1956 fruto de la relación entre Tulia Gladys, su madre, y Antonio, su padre.
Haciendo honor a uno de sus apodos, desde chico “La Hormiga” conoció el trabajo: “Laburé con mi papá. Él era enfermero, fui policía y aparte construía. Más o menos sé hacer una viga. Tampoco está para tirar manteca al techo. Capaz que cuando era jugador decía ‘vení y haceme esa casa y me la hacían’, porque tenía le medio económico para hacerlo. Hoy tengo que laburar en el día a día”.

LA FAMA
Antonio sabe de los vaivenes de la vida, con el ingrediente del poder de la fama a cuestas: “En mi caso gané dinero, pero hubo problemas de divorcios. Y tuve problemas con gente que puse a trabajar y al no estar se me fue dinero. Siempre digo que el que no sabe de la cocina que se dedique a otra cosa. Gracias a Dios tuve un padre fenomenal que tenía una visión bárbara, me dejó su casita. Le compré a cada hermano una casa, que fue mi felicidad más grande. Y después me fui acomodando con dos casitas alquilando, y es lo que hoy día tengo, más el negocio. Fui manteniendo un nivel medio de trabajador, que por lo menos me lleva bien”. “Si haces tu vida normal, como la hago, ni un problema”, sostiene el uruguayo mientras me muestra el salón de eventos que supo construir con sus manos para tener un ingreso extra.  

Antonio posa para El Fulbaso en su hermosa canchita de fútbol 5

SU CARRERA COMO DT
Sin dudas el fútbol lo atraviesa, y gran parte de las conversaciones se entretejen con la pelota como hilo principal. “Estuve dirigiendo en Perú y en Guatemala. A mí me pasó algo que sicológicamente me tocó. Estando en Cusco, dirigiendo, falleció mi padre y no pude estar en su entierro. Me fui viéndolo bien a mi viejo y se murió de un ataque al corazón. Después a una hermana mía le vino una enfermedad jodida, estuvo varios meses con el problema, me bajoneé bastante, preferí no dirigir. Por eso y otras cosas, quise acompañar a mi vieja y bueno… fallece mi hermana, mi madre y se me fueron cinco años al toque. Ahí empecé el proyecto con mi señora”, confiesa.
Pero dirigir siempre está en los sueños de Antonio. Aunque sabe que el negocio del fútbol a veces juega en contra. Por eso quizás se adentra en el tema masticando un poco de bronca y fastidio: “Me calenté. Te pedían experiencia, y resulta que la experiencia ahora no vale un carajo. Yo había andado bien en Deportivo Maldonado. Fui a Cienciano de Cusco, y de un equipo que estaba por descender quedé a pasos de la Copa Libertadores. Dirigí el Ancas y jugué una Sudamericana. Salí campeón con Fénix de Uruguay en una Liguilla de 14 y entramos a la Libertadores”.

Antonio firmando una camiseta de River.

“Eso me alejó un poco. También estaba armando el negocio acá. Tuve ofertas, de volver a Perú. Para mí ya estaba preparado para agarrar un equipo más fuerte. Y no se dio. Ahora está muy difícil. No le firmo a nadie nada. Indudablemente se ponen condiciones que a veces uno no está de acuerdo y quizás eso es lo que me complica. Pasa, y nadie lo dice, pero se acomoda todo con los contratistas (representantes). Lo que estamos en el fútbol sabemos esas cosas. Si se hacen terribles negocios, y traen jugadores que al club no le rinde, que hace que los clubes se destruyan. Todo eso me fue alejando”, relata Alzamendi sobre el vertiginoso fútbol moderno.

Mate y charla nunca faltan en lo de Alzamendi.

Pero a pesar de los obstáculos, y como buen uruguayo, no se achica: “Ahora estoy con muchas ganas. No es fácil, pero me creo capaz. Lamentablemente no me dan la posibilidad. Mi vida la tengo que ir peleando por otro lado”.

EL DÍA A DÍA
Un día de Antonio es “muy tranquilo. Como cuando era jugador. Siempre fui de bajo perfil, me gusta estar en mi casa, con mi familia, mis hijos, aunque ahora ya volaron, je. Soy muy compañero de mi mujer. Me levantó a las 7 u 8 de mañana, apronto el mate, limpio el negocio, le doy de comer a los animales; después cocino, ayudo a mi señora, que ahora se jubiló, pero cuando trabajaba prácticamente el ama de casa era yo. Nos complementamos bien. Y la vamos peleando día a día. Y con la cancha, con asados, cuando se arman fiestas en el salón”. Un salón que, repite, le llevó mucho esfuerzo. “Mi señora (Luján) era la arquitecta, lo levanté con un amigo que es albañil, un muchacho herrero me hizo el techo. Pero el peón era yo”, cuenta con orgullo en el pecho y el termo bajo el brazo mientras me lleva a la vereda para que conozca su cuadra.

Se pasa la tarde y la charla continúa sin pausas. Le pregunto sobre su vida y me pregunta sobre la mía. Pero enseguida vuelvo a su historia, que es por la que viajé hasta allí. Su empatía y sensibilidad se palpan en cada gesto y palabra que suelta. Antonio no le escapa a ningún tema, por eso no duda en expresar: “Lo que hice ya lo hice, tengo amigos que están pendiente de cómo estoy. Cuando estuve en Perú hice una diferencia para poder armar esto. Yo no me achico, la sigo peleando”.

Los tiempos cambiaron, la globalización hizo del fútbol un negocio e industria cada vez más redituable, por eso en la actualidad un futbolista profesional empieza a hacer diferencias económicas desde muy joven. “Antes no se ganaba el dinero que se gana hoy. En mi caso el mejor contrato que hice fue 70.000 dólares. Pero la vida te va pegando golpes”, acusa sin titubeos, e inmediatamente agrega para contrarrestar: “Laburé toda mi vida, desde chico. Éramos siete hermanos y yo con 13 años laburaba en una fábrica de caños, vivíamos de la caza y la pesca. Mi viejo era enfermero de la Policía y había que echar para la olla. Todos trabajamos desde chicos, y estudiamos hasta cierto nivel. Y después laburé, y tuve la suerte del fútbol”.

MOMENTOS INOLVIDABLES
River fue campeón del mundo en Japón, en 1986, y el gol de la victoria lo hizo Alzamendi. Aquel grito al Steaua fue de los más icónicos de su trayectoria deportiva. “Ese gol me marcó. Hasta el día de hoy la gente de River me dice que me ama. Trato de atenderlos a todos. Yo cuando era niño quería ver a Cubilla y a Morena, y cuando los vi casi me muero. He visto llorar a gurises de 15 años o una mamá con un bebé y no me vieron jugar”.

Y estaba en lo cierto. Después de golpear las manos, cuando me hizo entrar a su casa se me vino la niñez encima; la calle de tierra, la infancia en mi pueblo, el jugar tras una pelota como si fuera el mismísimo Alzamendi, Alonso o Funes. Por tipos como él me había hecho hincha de River en el seno de una familia bostera. Fue emocionante tenerlo ahí enfrente, porque como bien dice Antonio, muchas veces los futbolistas no se dan cuenta que manejan sentimientos. “Soy uno más. Y eso a mí me reconforta, me pongo viejo y lagrimeo. Y cuando vi una niña abrazarse a mí o alguien que dice ‘me hice hincha de River por vos’. Y eso te entra”, explica Antonio mientras lo escucho e intento secar mis lágrimas. “Son cosas que a veces el jugador de fútbol no se da cuenta, y a mí que me cuesta darle cinco minutos a una persona. Nunca me costó como jugador, menos ahora que tengo más tiempo libre. A veces los jugadores no se dan cuenta que la plata y la fama está todo bárbaro, pero hay que manejar sentimientos”, recalca este uruguayo que con sus gestos enaltece aún más su figura.

Antonio y un grito mundial, el 14 de diciembre de 1986. Archivo El Gráfico

RIVER, SU FUEGO SAGRADO
Llega el momento de hablar de River, y enseguida trae a la mesa (en la que ya hay facturas para acompañar el mate) al plantel del ’86: “La última vez que nos hicieron un homenaje, una gran fiesta, ahí volví a ver a casi todos. Aunque a algunos le perdí le rastro. Con (Nery) Pumpido hablamos por teléfono y parece que nos vimos ayer. Al “Tano” Gutiérrez lo voy a ver a Montevideo. Con Gordillo me hablo seguido, con (Héctor) Enrique también”. 
Y si aquel equipo lo marcó a fuego, al toque sale el nombre de otro héroe riverplatense de aquellos tiempos, el de Juan Gilberto Funes. “Me dolió mucho su muerte, era muy joven. Estaba en Perú cuando la señora me invitó a la inauguración del estadio que lleva su nombre. Juan era un tipazo, lo quería mucho. Cuando llegó a River, vivía a la vuelta de mi casa, pasábamos mucho tomando mate. Un tipo sensacional”, suelta con nostalgia, y acto seguido vuelve a la carga para elogiar a aquel equipo: “Los huevos que tenía. Cuando lo escucho hablar al ‘Beto’ (Alonso) o a Oscar (Ruggeri) me emociono. Para ganarnos, tenían que matarnos”.

LA COPA DE 1986
La primera Libertadores para River se dio en el ‘86, mismo año que Maradona levantó la copa del Mundo en México con la selección argentina. “Cuando le ganamos a Argentinos Juniors vimos que la copa podía ser nuestra. Y en Cali dije: ‘Somos campeones’, porque ahí había que ganar, tenían un cuadrazo (por América). Estaba el “Tigre” Gareca, Cabañas, Ortiz, Falcioni, Ischia. Les ganamos y nos mataron a patadas”, tira Antonio con una sonrisa dibujada.
Luego vendría la Intercontinental, en Japón, y la final con los rumanos: “Era la selección de Rumania. Le había ganado al Barcelona. Era un equipo duro y que jugaba bien. Nosotros, como digo, hicimos ‘la uruguaya’. Ese River tenía tipos con temperamento”. “El gol al Steaua, por ejemplo, cuando salgo me acuerdo de mi gente, de los hinchas de River en Argentina, de mis padres. Yo había llevado a mis dos hijos; por ganarle una promesa a Santilli (presidente del club), que me la cumplió, si éramos campeones de América me los llevaba a Japón y lo hice. Me acordé de mi amigo. Y hacerlo en el fin del mundo, es un segundo que te recorre todo eso”, rememora con la pasión de alguien que parece revivir ese momento único de su carrera.

El equipo de River de 1986. Archivo El Gráfico

FESTEJAR CON SU GENTE
De la victoria “millonaria” en Tokio Alzamendi cuenta una anécdota que incluye al plantel: “Me cago de risa del regreso de Japón. Yo me vine, con mi ex mujer y mis dos hijos, derecho a Uruguay. Y River jugaba un partido en Los Angeles. Le dije al “Bambino” que me quería ir. Mi viejo tenía una vaquillona preparada en un club y había invitado a toda la familia y los amigos, quería festejar el triunfo con mi gente. Me vine a eso, y lo disfruté. No llegué a Argentina cuando volvió el equipo, al que le robaron en Los Ángeles. Les afanaron los kimonos, todo, je. River había pactado ese partido y yo no quería plata, quería venirme con mi gente. Hubiera sido más lindo llegar a Buenos Aires a pocos días del partido. Viajábamos todos en el fondo, no había Primera ni nada”.

SUS MAESTROS
Alzamendi se caracteriza por su modestia y humildad, dos cualidades que emanan en cada acto y frase que emite. Y más cuando se refiere a quienes considera sus maestros: “En Argentina Pastoriza, Veira y López. Lo mejor que tuve. Y en la vida mi padre”. Y allí los ojos vidriosos hablaron por sí solos, acompañando el relato del otrora botija de Durazno que salió a comerse el mundo sin jamás olvidar sus raíces: “Mi viejo me lo enseñó, a pesar de que era muy mamero y me crié entre mujeres. Mi viejo tenía algo. Papá me sentaba, me hablaba. Recuerdo que no le gustaba viajar en avión, cuando fui a Independiente fuimos en barco, llegó y al ver como quedaba y me dijo –nunca me voy a olvidar-: ‘hasta acá llegó su padre’. Y me tiró una frase: ‘En la vida de hombres maulas no hay historia escrita’. Me quedó marcado. Andate tranquilo que no te voy a fallar. Y cada vez que venía, me repetía: ‘recuerde donde nació, lo que usted pasaba, guarde la plata’. Venía bárbaro, después tuve problemas. Fallece mi padre y se me viene todo el mundo abajo. Empecé a dejar las cosas en otra gente y no es lo mismo. Nunca me voy a olvidar, una vez me dijo: ‘Esta casa se la voy a dejar a usted, porque alguna vez lo va a volver a recibir, que es la que tengo ahora. Tal cual, la vida me golpeó tantas veces que caí en la casa que mi viejo me dejó. Y así he ido, para arriba, me he caído al piso, estuve bajo la bosta, me he levantado, he aprendido y sigo aprendiendo”, reflexiona mientras desato el nudo de mi garganta. Me conmueve la admiración por su padre.

Y prosigue, sin necesidad de repreguntarle, como si estuviera escribiendo su propia biografía:

“Rescato que mis hijos vean quien soy, que su padre se rompió el traste toda la vida, corriendo, pero que trabajó también. Estuvo abajo y se levantó. Me fundí y salí adelante. Traté de dejarle lo mejor a ellos. Agradezco a las madres de mis hijos porque sin ninguna duda fue lo mejor que me pasó en la vida. Ahora encontré una compañera sensacional, que capaz es la que aquietó lo que he hecho mal o lo que significa estar en una pareja. Cuando sos joven es difícil ser profesional, ganar tanto dinero, y te crees el rey del mundo. No sobré a nadie, pero no veía el valor a las cosas. Hasta que en un momento empecé a andar mejor, porque fui aprendiendo, como ser humano. No fui soberbio, no me creí Dios. Siempre fui respetuoso, escuché a los mayores. Me considero un buen tipo, con errores, pero buen tipo. Al que puedo lo ayudo. Lo más importante en mi vida es que fui recibido en todos lados, hasta el día de hoy”, esgrime con tono sereno y reflexivo.

Antonio rememora su foto con Diego Maradona.
Con Francescoli y el Beto Alonso, en el Monumental, en mayo de 2024.
Antonio y Juan Gilberto Funes
Alzamendi celebrando con Uruguay la Copa América de 1987

SUEÑOS DE ENTRENADOR
Se percibe que Antonio extraña un poco a los campos de juego, el vestuario, a los jugadores y a la pelota. “Tengo un hijo argentino, el más grande. Nació un día antes de salir campeón con Independiente. Me gusta Argentina. Como entrenador me gustó Perú. Logroño también. Mi sueño es dirigir en Argentina. No se ha dado porque no tengo contratista ni gente interesada. Me creo capaz, con condiciones. Veremos. Mientras pueda dar, voy a seguir. Estoy muy apaciguado, pero estoy decidido a arrancar. Mi señora me dice: ‘te sirve perder esta paz’. Pero sarna con gusto no pica, je”, declara Alzamendi antes que se detenga la charla porque está por caer un camión que trae tierra para seguir acomodando su patio, que luce ordenado, con muchas plantas y animales con las gallinas como estrellas.

La mirada y el recuerdo constante de sus padres. Archivo Diario El País (Uruguay)

Al caer la noche, en su coche, Antonio Alzamendi regala a quien escribe una vuelta por Cardona y su grata compañía hasta la terminal de ómnibus. Incluso, tras un fuerte abrazo, espera a que aborde el bus agradecido por haberme tomado la molestia de llegar hasta allí para entrevistarlo. Esos gestos, pocos comunes en estos tiempos de mezquindad y egocentrismo en el ambiente futbolero, describen a este uruguayo que fue un crack dentro de la cancha y que años después lo sigue siendo afuera.

Las referencias constantes a su padre, su vida de laburante, sus tristezas y alegrías, su canchita, su Durazno natal, sus años dorados en el fútbol y sus ganas de volver a dirigir fueron apenas un pequeño costado de este yorugua que, en la intimidad de su hogar, pasea con anécdotas y relatos entre numerosos cuadros donde asoma su estampa entre figuras del fútbol mundial. Porque Alzamendi está entre los grandes y así lo contará la historia de este fantástico deporte.

Como si aquellas horas no hubieran sido suficientes, meses después Alzamendi viajó a la Argentina invitado por la filial de River de Pehuajó para recibir un homenaje, y nuevamente nos regaló un momento especial. Fuimos a conocer a mi abuelo en el pueblo que me vio crecer, Francisco Madero, y golpeamos las manos para que el viejo -rápido de reflejos- saliera y dijera: ‘Antonio Alzamendi Casas, si te habré puteado’. Fue un día inolvidable. Aún tengo la foto de los tres sonriendo y disfrutando de una tarde en la que quizás mi abuelo vivió la esencia del fútbol por última vez. Poco después se fue de gira, con 91 pirulos, pero hasta sus últimos días recordaba ese encuentro con Antonio. Y eso habla de Antonio, un tipo que no sólo me dejó en la retina goles y gambetas, por sobre todas las cosas me hizo ver al ser humano que hay detrás del futbolista que marcó una época dorada.

Un momento de la charla en la casa de Antonio, fotografiados por Luján, su compañera de vida.

ALZAMENDI EN FRASES

Ser futbolista. “El que diga que el fútbol es un sacrificio, miente. Para mí fue un disfrute. Te pagaban, estabas en las mejores casas. Lo único que tenía que hacer era ir a entrenar de lunes a viernes (…) Fue un sueño cumplido. Soñaba con jugar por la punta derecha, por el lado de Cubillas. Papá era de Nacional y le decía: ‘un día voy a jugar en el lugar de éste’. Y mi ídolo máximo era Morena”.

El mejor gol. “El hice en el ‘87 en Argentina, para Uruguay. Fue el más sentido, por selecciones, incluso lo pongo en el mismo nivel que el del campeón del mundo. Era con mi país, veníamos de un ‘fracaso’ del Mundial ’86. Me acuerdo que Diego (Maradona) dijo: ‘El que gane de Argentina y Uruguay es el campeón del mundo’. Dicho y hecho. Le ganamos al campeón del mundo, en Argentina. Cuando hago el gol vi la hilera de uruguayos, era en mi estadio. Fue emocionante porque explotaron mil cosas ahí, por mi familia, por los muchachos, porque nos habían ‘matado’ mal por el mundial. Explicarlo al gol con sentimiento es muy difícil, es lo que sentís por dentro, no lo puedo volcar”.

Enseñanza. “Era medio pelo, pero me entrené. La memoria motriz mía era impecable. Mi papá decía: ‘Dele contra las paredes, aprenda a tirar centros a los compañeros. Quédese una hora más’”.

Oportunidades. “Vos rendiste en el momento, y cuando sale la oportunidad tenés que irte. Si después nadie te da pelota, de tu familia nadie se va a acordar. El jugador eso lo siente. Conozco compañeros míos que están mal. Hay muchos que están tirados, y fueron campeones de todo. No todo el mundo hizo plata. No pasa todo por la plata”.

Messi y Maradona. “Hay chicos que son fenomenales. El que es crack, es crack, viste Messi (y hace referencia a la actitud del rosarino con un chico uruguayo que se largó a llorar porque la seguridad lo corrió del lugar donde estaba Leo” en Montevideo y el genio del fútbol paró su marcha y lo hizo ir hacia él). “O Maradona, terrible tipo. Hay que ser Maradona… todo el mundo le juzga la vida a Maradona. Al ser público quieren opinar y meterse en tu vida, cuando hay otros que la manejan peor que uno. Lo adoro a Diego, como jugador, como tipo. Jugué en contra y me hubiese encantado al lado de él”.

Los mejores. “Bochini y Maradona, y después no me contés más nada. Alonso era un fenómeno. El “Beto” es un tipo al que también adoro. Tuve la suerte de jugar grandes jugadores: Enzo (Francescoli), Héctor Enrique, Larrosa, Rubén Paz, Bengoechea, Matosas. Y siempre les digo, yo jugué con ustedes, pero el que la metía era yo eh, ja”.

La amistad. “Amigos no, compañeros y gente que me quiere, cantidad. Del fútbol, de Uruguay te puedo nombrar al “Chuecho” Perdomo, al “Pato” Aguilera”. El Independiente de 1978 me dejó grandes personas. Adoro al “Bocha” (Bochini). Tenía una afinidad muy grande con Killer, Pedro Magallanes y Giaschisquia. En River adoraba a todos. Alonso, Pumpido, ese cuadro campeón del mundo fue formidable. Pero amaba al “Tapón” Gordillo y al “Negro” Enrique. Tengo pocos amigos. Los amigos los hice más fuera del fútbol, los de toda mi vida, los del barrio, que es donde me siento feliz”.

Un amigo e Independiente. “Mi mejor amigo era Jorge Peralta, que falleció joven. Nos criamos juntos. Un 8 fenomenal, pero le gustaba la joda, por eso no llegó. Yo era menos jugador, pero tenía más disciplina en ese sentido. Nos amábamos. Cuando jugaba en la cuarta de Wanderes, él era Bochini y yo Bertoni. Con un cuñado, fanático de Independiente, escuchábamos radio Rivadavia arriba del techo, porque no agarrábamos la señal en Durazno. Y yo escuchaba ‘la lleva Pavoni, se la da a Bernau, ahora Pastoriza’. Era el Rey de Copas y el campeón de América. Y a su vez, me enamoré del Peñarol de Spencer y Joya. Era hincha de Nacional y me cambié, je. Se reían y me decían panqueque. Todos en casa eran de Nacional, salvo una hermana, que me hizo hincha. Y la vida me lleva a jugar al lado de Bochini. Cuando entré a ese vestuario no hay palabras para definir lo que me pasó ese día. Me agarró el ‘Bocha’, y me dice: ‘vos sentate al lado mío’. Y pensar que lo escuchaba por radio, yo jugaba en Durazno. Fui grande a Montevideo, con 20 años, al club Sud América. Y al año estaba en Independiente. Lo llevé a mi amigo a que conociera a todos”.

Una frase. “La del viejo Griguol: ‘Que lindo es el fútbol de lunes a viernes, salvo sábado y domingo’. Y más en los equipos que jugué, Nacional, Peñarol, River, Independiente. Si perdías no querías salir ni a la esquina. Esos sentimientos se sentían mucho en los jugadores de antes”.

Garra “charrúa”. “Los uruguayos somos más marcadores, no con más huevos, somos de jugar el fútbol en respuesta, no en propuesta. Estamos acostumbrados a jugar 4-4-2 o 4-3-3; el argentino es espectacular, nosotros no tenemos esos jugadores en cantidad. Esa es una diferencia, la técnica”.

Observador. “Miro al fútbol argentino, soy amante del fútbol argentino, y del nuestro. Que digan que somos equipitos, pero a mí al fútbol uruguayo dámelo. Yo lo siento de una manera muy especial al fútbol sudamericano”.

Durazno: “Estoy cerca de mi pueblo. Mis amigos están ahí, algunos fallecieron. Y lamentablemente nadie es profeta en su tierra. En un momento quise ir a vivir. Pero hubo gente que me mintió con proyectos. Y entonces me planté acá (por Cardona)”.

Antonio Valentín Alzamendi Casas se destacó donde jugó: Sud América, Nacional, Peñarol, Independiente, River, Mandiyú, Logroñés, Tecos, Rampla Junior, Racing de Durazno y la Selección de Uruguay. Jugó dos Mundiales. Sólo en Argentina metió 178 goles, uno de ellos al Steaua de Bucarest, en el histórico 1-0 que consagró a la banda roja con el título en Tokio. Fue un wing formidable, quizás uno de los últimos de esa estirpe, todo un emblema del fútbol rioplatense.   

Fotos: Diego Sánchez, archivo El Gráfico, archivo Diario El País (Uruguay).