Argentina está en semifinales de la Copa América. Y es un hecho que en gran parte se debe a las atajadas de Emiliano Martínez, gigante en el arco y de imponente presencia ante sus rivales, que llegan al punto penal sabiendo que enfrente tienen a un monstruo que cada vez se hace más grande.
El tipo se alimenta de la desesperación y el nerviosismo del contrincante, y también de la plena confianza que le depositan sus compañeros, esa misma que presume en cada minuto de juego. Porque Martínez es pura seguridad técnica y mental. Su cabeza parece estar preparada para los grandes desafíos, seguramente producto de una construcción que le llevó mucho tiempo y trabajo (más de una vez ha declarado que hacer terapia fue clave en su carrera), y que muestra una personalidad arrolladora en momentos límites. Y el temple también habla de un futbolista. Por más que no le gusten algunos de sus gestos o declaraciones a la prensa futbolera internacional (sobre todo a los franchutes), el Dibu hace rato que es uno de los mejores arqueros del mundo. Miren sus partidos y analicen desde ahí, el resto es accesorio.
Aunque su fortaleza mental y las manos no son sus únicas virtudes, también lo es su corazón. Después de Messi y Di María no hay dudas que el héroe e ídolo del piberío es el Dibu, porque aparece en su mayor dimensión en circunstancias determinantes e inolvidables; por sus bailecitos que se repiten en cada potrero; porque es capaz de soltar unas lágrimas cuando la emoción lo llama y además puede putear en inglés cuando un europeo torea a los nuestros; es ese que no quedó ni en River ni Boca pero siguió insistiendo hasta que probó en Independiente y tuvo su oportunidad; el mismo que se fue de muy joven al fútbol inglés y después de estar en el Arsenal cambió Londres por Birmingham para convertirse en el indiscutido “1” del Aston Villa; el marplatense al que pocos tenían y al que Scaloni le dio la responsabilidad de defender los tres palos de la Selección y no le falló.
Emiliano Martínez alcanzó a Sergio Goycochea (histórico arquero que fue clave en las definiciones contra Yugoslavia e Italia en el Mundial de 1990) en cantidad de penales atajados (8) con la Selección. Un dato más en la estadística, que habla del rendimiento de un jugador que no se rinde nunca, que se hace fuerte en la adversidad y que demuestra en cada partido cómo siente la camiseta. Podés vivir en la comodidad y los lujos de la Premier, viajar en avión privado y tener la vida económica resuelta, pero si no tenés corazón para jugar al fútbol no pasás a la historia. El Dibu tiene unas manos que vuelan, carisma con los hinchas y, sobre todo, un corazón dispuesto a darlo todo. Así siente el fútbol la argentinidad, de ahí se explica esta loca e irracional pasión.
Eso contagia, emociona. Y empezando por su arquero radica la esperanza de volver a disfrutar de un equipo que aún no mostró su mejor versión y estuvo a punto de marcharse de Estados Unidos. Pero Argentina está en semis, a pesar de no jugar bien, porque incluso si pasaba Ecuador -que le ganó en el planteo e impuso condiciones en el juego- nada podía discutirse. Scaloni tendrá que cambiar nombres y esquema para encontrar nuevamente el funcionamiento esperado. Ojalá Leo esté mejor de esa maldita molestia y que se apueste por la vuelta de Julián y Di María al once titular. Algo ya sabemos, si la cosa viene brava en el arco tenemos al enorme Dibu para cuando las papas quemen y haya que poner las manos y el corazón.
Por Diego Sánchez
Fotos: Pablo Dizeo – Agencia VOVOPAD
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