El peor pincha de tu vida

(Relato) Hoy intentaron explicarme que la pasión no sabe de amistosos. Bajábamos con mi vecino en el ascensor y le pregunté: -Vos sos el enfermito del tercero que le grita los goles de Estudiantes a toda la ciudad?, me dijo, bajó la mirada y se comió un moco.

Tenía ganas de enfrentarlo desde que perdieron por penales contra Cerro Porteño en la Copa Libertadores. Ese día estuve a punto de llamar a la ambulancia; su mujer casi da a luz; los perros del barrio directamente lloraban; algunas personas que pasaban por la calle se sentaron en el cordón a ver el espectáculo. Se balanceaba contra la baranda del balcón, agitaba una bandera roja y blanca con estrellas, y cantaba “nosotros tenemos los huevo´ que no tene´vo´” con la voz ronca.

Pero cuando nos vemos en la vereda y trae una bolsa de la verdulería con tres tomates y un nabo (porque hace compras pinchas) retrasa el paso para no cruzarme en la puerta y pone cara de perro mojado. Pero esos son los peores, mosquita muerta, le dicen algunos. Cuando crees que ya está, empieza a zumbar de nuevo y te vuelve loca.

Así es él. Parece que por fin se terminó el partido, que empataron, que está conforme con el resultado o por lo menos, se fue de su cuerpo el espíritu que lo poseía. Pero no. Te pone la repetición de un gol o una falta no cobrada en volumen 25, para putear al árbitro, que es un ciego, que le pagaron, que ya les hizo lo mismo contra Banfield en la decimocuarta fecha del clausura, que se acuerda, que lo van a agarrar a la salida, que su madre ejerce la prostitución, que sabe dónde vive, que es tripero, que deje de robar, que ponga una ferretería. Todo eso le encanta decir. A veces inventa puteadas, cosas que nunca nadie dijo ni escuchó en su vida. Hay que reconocer que tiene mucha imaginación.

Lo que también tiene es un monstruo adentro suyo. Porque de afuera, nada, ni dos pesos das. Lo que siempre me pregunto es por qué con tanto fanatismo encima, no va a la cancha para descargar in situ. Lo único que se me ocurre es que no lo dejan entrar, por infumable. Si no se puede ver un partido a dos pisos de él en un edificio, me imagino a su lado en una tribuna. O deja de ir toda la hinchada de Estudiantes, o lo echan a él. Y eligieron lo segundo.

La cuestión es que mientras se comía un moco redondo y amarillo, le pregunté por qué tanto grito el viernes si solo había sido un amistoso, en Colombia, ante un equipo que parece de acá, pero no lo conoce nadie. Saqué una libretita de espiral donde anoto cosas y le leí dos nombres: Wilberto Cosme y Juan Ortiz, para probarlo, a ver si se acordaba quiénes eran. Me levantó la mano como para hacerme callar y contener su bestia interior al mismo tiempo. Se le enfurecieron los ojos. Los recordaba perfectamente. Entonces me dijo: Sabés lo que pasa, para la pasión no hay amistosos. Escupió adentro del ascensor, abrió la puerta y me miró con lástima, como disfrutando de algo que nunca iba a entender.

“Ojalá que tu hijo no sea tripero”, le dije y me fui a buscar departamentos en los clasificados.

Por Daniela Giannatasio / Twitter: @abejadan

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