Hoy arranqué en un trabajo nuevo y como cada vez que empiezo a integrarme a un grupo de desconocidos, me mantuve callada. Así soy cuando no estoy en confianza: bastante mudita. Uno de los temas obligados de conversación (o más bien de monólogo) fue la bandera más larga del mundo. Y quién lo podría haber traído a la mañana? Sí, un hincha de Boca.

Se lo veía bastante irritado, con una mezcla de sensaciones. Parecía enojado porque a ellos no se les había ocurrido semejante hazaña, y todavía molesto con el trago amargo del fin de semana. “Un amigo twiteó que el peor momento para las gallinas fue cuando pasaron por Palermo y Belgrano”, bromeó y debo decir que el chiste ajeno estuvo bien. Hay que saber reconocer ocurrencias, para diferenciarse.

Me reí y parecí bostera. Pero después siguió: “Son unos mentirosos, en el medio del camino la bandera se cortó y nadie lo reconoce”. Cierto también. Vi un video donde un hueco separaba dos pedazos de tela en la calle. Decidí abrir la boca: lo admití, pero no me reí.

Así que peleamos un rato, mientras el resto parecía pincharrata y tripero. Decía cosas como que “lo importante es ir jugar a Japón” y todo ese royo de las copas internacionales que sirven para superar cualquier trago amargo, como el quinteto de goles que nos alegró el fin de semana. Pero seguía irritado. “Ya se les va a pasar cuando se crucen con nosotros”, “qué pavada estas gallinas”, bla bla bla. No podía admitir que le hubiera gustado caminar por cualquier calle sosteniendo un pedazo de la bandera más larga del mundo con sus colores más queridos.

Por Daniela Giannatasio / Twitter: @abejadan

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